Asunto: El ruido y la lluvia

Patricia Rivas Lis
5 min readJun 19, 2023

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Llueve mucho. Oyes la lluvia, el agua en gotas. Miles de millones de cápsulitas de agua transparente (aquí sí, que llueve mucho) que, cada una por su cuenta caen juntas formando como perdigones sobre el cristal oblicuo del techo abuhardillado encima de tu cama. Vapor de agua de la tierra que condensada cae en desbandada vertical, como vertical corre el agua que en tu cuerpo condensa la emoción cuando cae por tu cara desde el cielo de los ojos surcando una vez más las arrugas que en tu piel han ido dejando sus ancestras — que empezaron con aquel llanto expresivo y mudo de la infancia, ignorado por quienes de ti lo ignoraron siempre casi todo — y que siguen ahí, diciéndole al mundo cada día lo que haces con tu cara. Nada me gustaría menos que estar en la piel bajo los ojos de la gente que se alisa las arrugas tratando tal vez, no sé, de desmentirse la vida y a sí mismas, como si importara más lo que piensan los demás que la vida que has vivido, que es la que te ha ido dejando las huellas en el rostro pero que no quieres ver porque no quieres verte vieja (que seguro que hace años que lo piensas). Es así, hay gente que le da mucha importancia a los demás — lo cual los convierte en importantes — aunque no sepas ni quien son porque nunca lo sabrás aunque creas conocerles.. No les importas un carajo, que lo sepas. Ah, que lo haces por ti , para verte tú bien. A nadie hay que negarles su derecho. Pero tal vez deberían saber que un deber no es. En cuanto a tu cuerpo, el único deber es para contigo. Y si no respetas tu piel, con sus cauces y sus simas y sus colinas y sus valles; si prefieres la aprobación ajena antes que la satisfacción propia, eso es cosa tuya. Pero luego no te vengas a quejar si no has quedado todo lo bien que tú querías. Que nos conocemos maricarmen, que la culpa de todo lo que ocurre la tienen siempre los demás. Tú solo eres el protagonista de lo bueno que te pasa, que nunca es nada, o casi nada. De lo malo, los demás. No es una manera inteligente de vivir, pero cada uno tiene derecho a vivir a su manera.

Llama mucho la atención lo poco que preocupa a esta gente — la ignorante, en general — la piel del alma, del espíritu, de la conciencia, de lo que en el cuerpo no se ve, aunque se vea todo el tiempo. Debe ser que creen que no se opera. Aclaro, esa piel no se opera, opera. El tejido que envuelve lo que de verdad eres, lo que no se ve, ese con el que has ido cosiendo la trama de tu vida, es la urdimbre de tu esencia, el paño de tu existencia. Y ahí ya todo depende del género.

Hay quien con la urdimbre teje alfombras bajo las que esconder el polvo de los días, los ácaros del tiempo, las pelusas de los años porque es más cómodo esconder que limpiar. Como más cómodo es encender la tele que abrir un libro. It’s up to you, que se dice. Esas son alfombras que suelen recargarse de adornos más bien feos. Pero si solo la ves tú, joseluis. En cualquier caso, también es un derecho optar por lo feo inútil, que suele ser lo cómodo.

Pero volvamos al sonido del agua de la lluvia, al que te habitúas tanto cuando llueve que dejas de escucharlo, a menos que pongas atención. La lluvia es una y resuena en cada uno. Quien sabe meditar agradece el sonido repetido de esa agua limpia, pura, que calma, que llena, que vacía, que vuelve a llenar y así hasta que escampa. Para quien fió la felicidad de su existencia a casarse con un hombre, si el día de la boda llueve, esa será para siempre su desgracia y pensará que todo lo que a partir de ese momento ocurra, que casi nunca es nada bueno, así dado por el mal augurio de la lluvia del domingo aquel de mayo. Tanto dinero invertido para nada, pensará la novia cadáver. El novio está a su rollo con los testigos, deseando que termine el convite para irse todos juntos de putas esa noche. Todos menos el novio, que tiene que cumplir con la suya. El padrino, que lleva engañando a la mujer toda su vida (salvo a la hora de votar, que ahí es valiente y dice la verdad, porque él es un hombre que se viste por los pies y ya no tiene esa vergüenza de decir que vota a vox), ese va seguro.

El asunto, a lo que iba, es a la mágica maravillosa que supone de que algo pequeñito — una gota que casi no oye cuando cae, salvo que aquella del grifo que por la noche hacía retumbar el fregadero — si se junta con otra y con otra y con otra y con otra y con otra y así con muchas otras gotas, montan una sinfonía que puede relajar, o un ruido desagradable que cabrea. Eso ya depende de cuál sea tu talante hacia la vida., porque el sonido dependerá de la resonancia que el agua tenga para ti. Sea lluvia, o llanto, o alguna otra agua, transparentes y limpia, que nos fluyen del cuerpo (a unas personas más que a otras). Lo mismo pasa con la vida, con la resonancia de los días, que será la que produzca lo que con ellos hayas hecho en el breve espacio de tiempo en el que has tenido la suerte de pasar por esta vida, que dicen los agonías que es un valle de lágrimas. De cómo resuene ese eco en tu paisaje interior, así será el sonido de tu vida. Ruido furioso o música tranquila, tú decides, porque ese va a ser el único que termines escuchando. Ah, y al resto se la sopla, igual que lo que has hecho con las arrugas de tu cara al pagar porque la estiren.

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